Noches

Subimos por una senda que se hizo, cuando desapareció el empedrado, empinada y resbalosa. El paisaje como siempre allá arriba, verde y húmedo, cuajado de helechos. En realidad no te enteras de mucho porque el peso obliga a mirar más al suelo que a tu alrededor. Eran los montes de Peñamellera Alta y era el 21 de septiembre, el equinoccio. Llegamos cuando cerraba la tarde, prematura a causa de la niebla. Dejamos las mochilas de bastidor a un lado y nos asomamos al pozo. Subía un hálito frío. Preparamos la noche a la entrada de la sima cuyo nombre ya he olvidado. Sí recuerdo que los datos que teníamos aseguraban una cueva vertical de algo más de doscientos metros de desnivel y una galería inferior que sifonaba perdiéndose en el agua. Era tarde para entrar y decidimos pasar la noche a pocos metros del agujero bajo el amparo más bien ficticio de un árbol escuálido. El ritual de siempre. Preparar la cena calentándola en un hornillo que había que proteger de la brisa con esterillas, asegurar la estanqueidad del carburo que nos iba a dar luz allá abajo al día siguiente, recoger la comida por si aparecía algún animalejo buscando una cena exótica... Luego la tertulia alrededor de un carburero, arrebujados en los sacos y en las fundas de vivac. Esas noches quedan ya asociadas para siempre al zumbido del gas y a su luz blanca.

Peñamellera Alta, un 21 de septiembre algo lejano

Esas noches, en vez de ser tránsito, eran protagonistas. Echado en la esterilla y mecido por la niebla, el pensamiento divaga por caminos infrecuentes hasta fundirse con los sueños.

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