Ruleta rusa

1.
La primera vez que recuerdo fue de pequeño, en la aldea, con ocho o nueve años. Subía por una escalera de mano que entonces se me antojaba enorme. Quería llegar a la tenada, ese espacio encima de la cuadra (en Asturias se llamaba, no sé si con ironía, "la corte") lleno de hierba seca. El frío del invierno en aquella casa, sin calefacción, se olvidaba hundiéndote en el mar de hierba, con el murmullo de los animales debajo. El equilibrio me falló en el último travesaño y caí hacia atrás. En el último momento, sin siquiera haberlo visto, encontré agarre en un cabrio que sobresalía del tejado.

2.
Pasaron quince años. Subíamos a la Torre de Cerredo una mañana de febrero. La nieve estaba blanda y no usábamos crampones. Flanqueando una ladera resbalé y me fui por un inmenso tobogán hacia el abismo que se abría un centenar de metros más abajo. Durante los primeros momentos pensé ¡bueno, aquí se acabó todo! Unos segundos antes de llegar donde la ladera parecía terminar vi que al borde del cortado asomaba un gran pedrusco. Pensé que iba demasiado rápido, que pasaría a su lado o por encima y que luego sólo vería el suelo acercándose. Doblé las piernas como para aterrizar y un instante después me encontré tumbado en la nieve, inmóvil, con los pies apoyados en la roca y mirando ese cielo azul como si fuera la primera vez.



3.
Nos íbamos a casa por fin, llenos de barro. Habíamos visitado y levantado los mapas de una cueva a la que se accedía por media docena de pozos de entre veinte y sesenta metros. Me tocaba subir uno de ellos. A la mitad, colgado en la oscuridad, cuando mis amigos eran solo unos puntos de luz allá abajo, apoyé un pie en una minúscula terraza para descansarlo de la tensión. En ese momento exacto, el bloqueador que me sujetaba el arnés a la cuerda se salió. Era imposible pero se salió. Quedé apoyado en el pie y agarrado con una mano a la cuerda blanca. La pared no tenía agarres. Hice un movimiento desesperado hacia adelante y oí un clic. La cuerda había entrado justo por la ranura y el muelle del bloqueador había saltado aprisionándola de nuevo. Era imposible pero había sucedido.

4.
Trepábamos los primeros largos por el Oeste de la Torre de Santa María. Antes de empezar a poner seguros y desenrrollar cuerdas corté una de mis botas al encajarla en una grieta de la caliza. No era lógico seguir y dije a los demás que subieran, que yo bajaría destrepando. Fue un error. En una pared es más fácil subir que bajar porque ves los apoyos y la ruta a seguir. Yo también lo sabía, claro, pero infravaloré el camino recorrido. Al cabo de media hora estaba atrapado en una panza que se inclinaba cada vez más hasta hacerse vertical. Tenía una única salida a mi izquierda: atravesar un nevero helado haciendo huecos a patadas, confiando en que estos resistieran mi peso y que no me desequilibrara. Y es que aparentaba una verticalidad preocupante. Estuve en cuclillas un gran rato, como esperando que la realidad cambiara con el mero pasar del tiempo. Pasó caminando allá abajo, camino del Jou Santu, un grupito que, al verme, se paró y se quedó mirando. Eso me hizo moverme por fin. Me acerqué al nevero y a golpes con la puntera hice el primer hueco en la nieve helada. Tanteé cargando mi peso poco a poco en el escalón improvisado. Las manos solo se apoyaban en la superficie, demasiado dura como para enterrarlas y asegurar un apoyo. Los que han pasado por esto ya saben lo que hay: en una suerte de ballet, con infinito cuidado pero sin pararte demasiado, los pies van haciendo huecos, ni muy lejos ni muy cerca del anterior, y cuando cambias el peso de pierna sabes que estás en una blanca ruleta rusa. Al cabo de quince minutos toqué la roca del otro lado. Al sentarme y confirmar que el descenso era ya fácil las piernas comenzaron a temblarme. El grupo que esperaba el desenlace allá abajo continuó su camino.

Epílogo.
El inventario, desde la distancia, es aterrador. Por eso pienso que estar aquí escribiendo esto es, al final, un acontecimiento fortuito. Por eso lo disfruto tanto.

4 comentarios:

  Anónimo

24/2/08 01:39

Enhorabuena por seguir vivo. Yo intentaré dormir esta noche sin pesadillas.

  Ángel M. Felicísimo

24/2/08 10:06

Gracias, yo todavía sueño a veces con alguna de esas situaciones.

  BLAS M. BENITO

1/3/08 20:19

Sobre los bloqueadores...

También tuve un amago de accidente con un "puño", escalando en solitario, con la cuerda por arriba, autoasegurándome con el dichoso bloqueador. En mitad de la escalada, al colocar un pie, pude ver que una pequeña piedra bloqueaba la leva del puño, impidiendo que mordiera la cuerda...un poco de suerte en aquel momento (si no hubiera visto la leva bloqueada seguro que hubiera caido mas arriba) me ha traido, fortuitamente, a contestarte esta entrada sobre experiencias límite.

Un saludo desde Granada
Blas

Tanto va el cantaro a la fuente...

  Ángel M. Felicísimo

1/3/08 20:47

Hola Blas, fue algo muy similar. En el caso que cuento era un bloqueador Peltz de aluminio muy usado. Creo que el problema lo causó el barro que después de bastantes horas lo cubría todo. Ahora el cántaro ya se está quietecito aunque en realidad la espeleología siempre ha sido muy segura y en escalada apenas hice nada porque me sentía muy incómodo. Saludos desde Mérida.