Doctores

Ser doctor ya no es lo que era. Me contaron que antes, hace tres o cuatro siglos, en la universidad de Alcalá de Henares, el candidato era llevado al Aula Magna y colocado de pie en el centro de la misma. Un tribunal situado, por supuesto, más alto que él y sentado, le interrogaba durante horas en cualquiera de los idiomas que se supone manejaba con soltura: latín, griego, arameo... Las pruebas duraban un par de semanas y versaban sobre todo: historia, filosofía, linguística, teología... Pero no sólo debía resolver las cuestiones con solvencia y contestando, supongo, lo que los jueces debían oir, sino soportar al público que se dividía en dos partes, a favor y en contra del candidato. Desde las galerías de la zona superior de la sala se ocupaban sin excesiva templanza de jalear o abuchear según sus preferencias. El resultado podía ser un doctorado en Filosofía, con F mayúscula. Recordemos que Alcalá de Henares tuvo universidad desde 1499, cuando la fundó el Cardenal Cisneros, a la sazón Regente de España.

Recordé esta anécdota, no sé si algo cargada de tintas, al ver en la fachada de una iglesia en Oviedo que un tal catedrático y doctor de filosofía Joseph Dorado quedó inmortalizado con un graffiti de la época. Hoy todo ha cambiado, tal vez en exceso, pero qué suerte hemos tenido.


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