El boulevard de los sueños rotos

Hace un par de días utilizaron esa expresión en una entrevista: el boulevard de los sueños rotos. Se referían a los años 60 y a las grandes esperanzas y aparentes revoluciones que en esos años se fraguaban. Yo soy posterior a la generación hippie pero, como a España todo llegó muy tarde y muy distorsionado, experimenté retazos de los tópicos del momento. Retazos que recuerdo con una mezcla de enorme nostalgia y rubor por la inocencia que suponían. Pero aunque me gusta mirar atrás de vez en cuando no tengo ganas de que vuelvan porque el tiempo haría que no fueran lo mismo.
Observarán que llevo unas semanas sin escribir nada aquí. No es por falta de cosas que contar. Es porque todo lo que tengo en la bolsa de viaje ha quedado aplastado por la realidad de mi país en estos meses. Asisto perplejo a un espectáculo que esa expresión, la de "el boulevard de los sueños rotos", refleja con precisión cruel.
Baste decir que estaba yo en segundo curso de biología cuando Franco murió. Tenía 17 años (sí, entré muy joven en la universidad). A partir de entonces se abrió un camino nuevo y hoy, más de 30 años después, asisto atónito a la pérdida de la memoria.
Creía que las nuevas generaciones habían aprendido el valor de la cultura y adquirido la capacidad de dialogar con tolerancia. La realidad nos muestra, sin embargo, que lo que no se consigue con esfuerzo no se valora. Pero creo ver que es aún peor porque la ausencia de debate no se debe sólo a la falta de interés sino a la falta de argumentos.
Creía que estaba claro que el nazismo y sus variantes locales habían sido el perfecto reflejo de una pesadilla. Pero las alimañas nunca desaparecen y en los últimos meses el monstruo se despereza alimentado por la ignorancia. No temo que vuelva, no aún, pero me sorprende que la memoria histórica, ese consenso de que nunca más volvería el infierno, haya durado apenas unas décadas.
Creía que, ahora que la cultura tenía las puertas abiertas, eso iba a cambiar el mundo. Pero no contaba con el efecto perverso de la facilidad: la cultura es tan accesible que parece un aburrido producto de consumo. No hay que luchar por ella, los libros no pasan de mano en mano, no hay que conseguir las obras de Neruda de familiares emigrantes, no se lee.
Creía que las ideas iban a ser, por fin, objeto de debate lo que permitiría avanzar hacia sistemas mejores. Pero nos encontramos con que los que tenían que debatirlas las han olvidado. O nunca las conocieron.
Creía que los políticos de hoy iban a ser mejores que los de la transición porque ya no tienen problema alguno para ser buenos en su oficio. Pero nos encontramos con una reata de asnos sin altura, que hace gala de una ignorancia que asusta, que ha aprendido a no responder jamás a las preguntas, que no tiene nada que ofrecer y que, por tanto, no levanta esperanza.
Creía que la ciudadanía iba a darse cuenta de lo anterior y realizar una silenciosa revolución del conocimiento, ahora que está al alcance de todos. No sé si eso está pasando pero lo que veo a mi alrededor no lo sugiere.
Creía al fin, hay que ser idiota, que nuestro pasado de emigrantes era maestro de tolerancia hacia los que hoy llegan a este país desde América.

Permítanme por tanto que piense en ese boulevard de los sueños rotos donde tantas expectativas han sido borradas en unos pocos años con aparente facilidad. Dejaremos la euforia para otro momento y esta noche, con la chimenea encendida y la copa en la mano, me refugiaré una vez más en algún libro.

P.S.: sugerencias variadas para ponerse en forma:
"El huevo de la serpiente", Ingmar Bergman.
"Cover me", Bruce Springsteen.
y por qué no: el post off-topic del otro blog.

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