Errantes

errante 1. adj. Que anda de una parte a otra sin tener asiento fijo.

F se fue de la casa de su familia a los 17 años. Se fue sin motivo aparente, no había tenido problemas, tal vez sólo los habituales en la adolescencia, cuando crees saber que algo está ahí y se te está escapando. F no quiso dejarlo escapar e inició su viaje. Lo explicó en una llamada telefónica unas horas después porque era consciente de que sus padres y hermano iban a preocuparse mucho. Y eso no estaba en sus planes, él no quería dañarles porque no tenía nada en su contra. Lo que dijo fue muy simple: me apetece vivir de otra manera, no quiero seguir así, con esa rutina para siempre. En realidad ni siquiera un día más.
Y F se hizo errante en la España de finales de los 80. Salió de Ribadesella y fue a Bilbao. Y de ahí a Cataluña, luego a Valencia. Vivió poco menos que de la mendicidad. Llamaba de vez en cuando, sobre todo a su hermano, para decir que estaba bien.
Yo estaba en su casa en las fiestas del primer domingo de agosto de 1991. A las ocho de la tarde sonó el timbre y F apareció en la puerta. Dos besos a su madre y unos abrazos al resto, poca cosa teniendo en cuenta que hacía dos meses de su última llamada, un año de su última visita y que no había avisado de su llegada. Allí lo conocí y me contó que iba de pueblo en pueblo, a veces en compañía, las más en soledad. Que le daban de comer siempre que el sitio fuera pequeño, que evitaba las ciudades y que se sentía bien cuando caminaba de un sitio a otro y le faltaba mucho para llegar. Sólo iba a un hostal cuando tenía que ducharse, el resto de las noches dormía en un portal o en un banco de una iglesia si le dejaban.
Estuvo dos días allá, aprovechó para afeitarse, su hermano le dio un saco de dormir nuevo y su padre algo de dinero que luego dejó en la mesa de la entrada. Escuchó música, un lujo que no tenía en su vida normal. Le encantaba 'Dust in the wind', de Kansas. Como a mí, por eso me acuerdo.
F estaba contento de su extraña e incómoda vida, o al menos la había elegido para buscar otra forma de que pasara su tiempo. Sabía que podía volver cuando quisiera pero no lo hizo nunca salvo para sus breves visitas de cortesía. Hoy F ya pasa de los cuarenta años y su hermano menor hace nueve o diez que no recibe la llamada de "todo va bien".

Lo de G es otra historia de viajes aún más peculiar. Nació de una pareja de misioneros evangélicos en el centro de África pero mientras que F se fue buscando algo, G lo hizo huyendo de algo: de su familia. Su madre esperaba una niña y le tuvo vestido como tal hasta los cinco o seis años, su padre ejerció una férrea disciplina acompañada de extrañas reglas sobre lo que un niño blanco debía hacer o no en una comunidad negra. Lo que consiguieron entre los dos fue que a los 16 tuviera más experiencias sexuales que muchos a la hora de morirse, además de unas cuantas enfermedades venéreas y unas ganas de desaparecer inmensas. Lo hizo a la misma edad que F sólo que llegó más lejos, tal vez por la inercia de la velocidad de escape inicial temeroso de que su padre lo localizara e ideara nuevas formas de retenerlo, sin duda desagradables. G recorrió África hacia el Norte y luego hacia el Este en un periplo sorprendente. Al final acudió a la llamada de India y Nepal, algo atractivo en aquel momento y de lo que esperaba mucho, qué menos que una iluminación o algo así. Pero no tuvo éxito, su viaje iniciático fue largo pero inútil ya que G se mostró (y se muestra) impermeable a aprender de cualquier nueva vivencia. Hoy ya no tiene problemas y vive en una cómoda posición tras un matrimonio que, desde fuera y tal vez injustamente, parece de conveniencia.

Yo no tuve viaje iniciático, al menos de forma literal. No conozco Nepal ni me atraen las filosofías que se le adjudican, mucho menos el té con manteca rancia de yak, faltaría más. Pero creo que no estuve exento de reflexión y como resultado concluí que allá fuera no me esperaba nada, que lo que podía cambiar era mi actitud y mi forma de ver y valorar las cosas pero que eso podía conseguirlo sin ir a Santiago de Compostela o a Katmandú. Hoy creo que eso lo consegui poco a poco con la ayuda más o menos inconsciente de gente amiga que siempre me ha tratado mejor de lo que merecía. Falta saber que tal le fue a F o a J, aquel amigo al que un desengaño le llevó a meterse en Samos como monje. Tendré que pasar un día. Tal vez.

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