Hace unos minutos o así he entrado en mi cumpleaños. Gracias, gracias. La verdad es que no soy propenso a celebrarlos. El año pasado, sin ir más lejos, se me olvidó.
Hablando hace unas semanas nos dimos cuenta que que hemos pasado de la convicción de tener vida eterna a la de estar en una cuenta atrás. Una inflexión en las neuronas, un cambio sólo personal porque el tiempo sigue ahí, a su aire. Y si es una ilusión lo disimula a la perfección, no hay forma de pedir un receso.
Menos mal que un entendido (en hombres, créanlo) me echó hace poco ocho años menos de los que tengo. No como a Joaquín Sabina, que nos cantaba que lo llevaba algo peor:
A mis cuarenta y diez
cuarenta y nueve dicen que aparento.
Afortunadamente, en la próxima reencarnación me toca galápago gigante, de esos que duran mucho y te miran con cara atónita, como si no pudieran creer que tú, con esa pinta, eres el afortunado extremo de una cadena evolutiva.
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