Leí El Golem de Gustav Meyrink siendo adolescente y casi lo olvidé. Pero años más tarde visité a una persona en Ribadesella, un pueblo de Asturias. Era extranjero y no recuerdo su nombre pero tenía una biblioteca. El motivo de mi viaje era intentar verla. Esa persona había sufrido un derrame cerebral hacia unos meses y, aunque lúcido, apenas hablaba por lo que me dio a entender que el que debía hacerlo era yo, que él escucharía. La biblioteca era sorprendente. Estaba formada por una secuencia de habitaciones, fuera de la casa, construidas en la ladera sobre el último meandro de la ría. Habitaciones cuadradas que se comunicaban entre sí por pequeños vanos y que tenían, de vez en cuando, una mesa y una silla en el centro. Todas las paredes estaban cubiertas de suelo a techo por estanterías y éstas estaban repletas de libros, lo mismo que las mesas. Entre muchos otros que ojeé, estaba de nuevo El Golem en una edición alemana de los años 30. De alguna manera, hablarle del libro fue la llave de su confianza y me dio la oportunidad de deambular unas horas entre miles de libros, hablando en parte para él y en parte para mí, encerrados (¿abiertos?) en ese mundo inabarcable donde otras personas habían dejado escritos sus recuerdos, su imaginación y su experiencia.
Luego, a la hora de dar nombre al otro blog, no lo dudé demasiado. Nunca llegará a reflejar las sensaciones de esa biblioteca pero es un nexo con ella que quiero conservar . Creo que adquirirá sentido poco a poco según voy escribiendo a lo largo del tiempo.
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