Neandertal

No llegaba yo a los veinte años, creo. El día, un ventoso sábado de invierno, no daba para ir a la montaña y tras examinar las opciones decidimos conocer lo que teníamos más a mano. Cualquier cosa antes de quedarnos en casa un fin de semana. Nos acercamos a una de las treinta o cuarenta cuevas que estaban a menos de una hora de carretera. Cuevas en principio con poco interés pero que tal vez depararan alguna sorpresa.
El precedente era una de apenas cien metros en un monte de Candamo, a poca distancia de un chorco de lobos de piedra, hoy oculto por la vegetación. Allá encontramos pinturas en una pared y restos de madera quemada cubiertos de una fina pátina de calcita.
Esta vez no sería así. Una carretera sinuosa, flanqueada de árboles ahora sin hojas. Entramos a media mañana sin gran entusiasmo porque había empezado a llover y con una vestimenta poco ortodoxa: buzos azules de obra y arneses sólo para llevar el carburero, casco y botas de goma. En esto último yo disentía y prefería las "chirucas" de siempre que me mantendrían con los pies mojados permanentemente pero que eran más seguras en cuevas como esta, sin dificultades técnicas pero con agua y barro.
El día transcurrió sin pena ni gloria, curioseamos por la galería superior, llena de polvo (o al menos la recuerdo así) y al final bajamos a la del río. Con la seguridad de la ropa seca en el coche nos metimos hasta el cuello avanzando hasta que la galería se cerró. Nada especial nos llamó la atención.
Salimos ya de noche. La ropa completamente empapada acabó en las bolsas de plástico y con la calefacción del coche volvimos a Avilés. No hicimos ninguna foto. Unas cervezas en un bar y la conversación derivó a cualquiera de nuestras obsesiones de entonces. A cualquiera menos a esa cueva que no nos había llamado la atención comparada con las maravillas de otras más próximas a los Picos de Europa.
Pasó el tiempo, dejé la espeleología y de aquellos años quedaron unas pocas fotos y un casco Peltz que aún guardo colgado en una esquina del garaje.
Casi tres décadas después leí que se habían encontrado restos humanos en una cueva asturiana. No eran restos recientes, de la guerra civil, sino muy antiguos, de hacía más de 40 mil años. Un niño, tres jóvenes y cinco adultos acabaron sus vidas allí. O dicho de otra forma, cuando visitamos aquella cueva una tarde de invierno, en algún lugar de aquellas galerías por las que pasamos estaban los restos de nueve personas, de nueve neardertales. Hoy se ha secuenciado parte de su genoma, muy próximo al nuestro y que, sin embargo, señala a una especie distinta. Distinta pero humana. Extintos, los neandertales descansaron decenas de miles de años en la Cueva del Sidrón, en el concejo de Piloña, en Asturias.

Recreación artística de uno de los neandertales del Sidrón (fuente: National Geographic)

2 comentarios:

  Alfredo Oliva

23/4/09 14:52

Angel,

esta entrada me ha recordado tu afición por la espeleología y algunas historías que me contabas de aventuras por cuevas y grutas, que a mí, sevillano urbano y de secano, me sonaban a viajes a países exóticos y me creaban una sana envidia.
Ya veo que lo has dejado. Haces bien, si no me equivoco es una afición de bastante riesgo.

Salud

  Ángel M. Felicísimo

24/4/09 08:27

Jo, Alfredo, no me acuerdaba de haber contado esas batallitas.
Lo dejé cuando empezó a hacerse necesario dedicarse con exclusividad por la exigencia de entrenamiento. No me apeteció habiendo tantas otras cosas ahí afuera.
También pasaba que éramos todo tíos, cosa que a ciertas edades acaba por ser insatisfactorio :-)
La espeleología es espectacular pero no especialmente arriesgada porque, al contrario que la escalada, estás siempre colgando de la cuerda, no por encima de ella.